Durán Barba, Polarización y Moncloa

Macri entrega a su consultor electoral la definición del rumbo del gobierno.

Entre todas las excentricidades que la política Argentina ofrece, acaba de sumar una muy particular: La consolidación de un consultor electoral, como guía estratégica del Gobierno, con su ineludible impacto en los asuntos del país.

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El ecuatoriano Jaime Durán Barba encadenó esta semana una sucesión de entrevistas en los medios, en las que mezcló de manera desfachatada la promoción de su nuevo libro, con opiniones tajantes sobre lo que debería hacer o dejar de hacer su principal cliente, el presidente Macri.

Ganar elecciones es esencial para todo proyecto político democrático y en ese sentido no hay manera de subestimar el aporte de Durán Barba al macrismo. Lo notable es que en este caso, la definición de la estrategia electoral desborda ese ámbito y tiñe el rumbo del Gobierno.

Durán Barba ocupa el vació simbólico que dejan vacante los dirigentes más importantes de Cambiemos y ofrece un resultado poco feliz: El remanido personaje del consultor político cínico y transgresor, desbordado de referencias personales.

Se podrá argumentar que el problema no es que Durán Barba piense la política, sino que no hay nadie en Cambiemos que se atreva a elaborar y debatir un curso alternativo. El radicalismo, que se supone es un partido de valores, se maneja por momentos con un talante tan contenido, que queda a medio camino entre el pedido vergonzante de «mas lugares» y el acompañamiento timorato. Como si no encontrara la manera de hacer lo obvio con alguna dignidad: Plantear y debatir políticas.

Durán Barba ocupa el vació simbólico que dejan vacante los dirigentes más importantes de Cambiemos y ofrece un resultado poco feliz: El remanido personaje del consultor político cínico y transgresor, desbordado de referencias personales.

Es en ese vacío programático que Durán Barba avanza y se convierte en la voz más visible de la ideología del Gobierno, con un resultado poco feliz: Lo hace desde la construcción del remanido personaje del gurú cínico y transgresor, una suerte de Roger Stone del PRO. Es decir, lo que ofrece como idea de una gestión que proclama que vino a protagonizar un «cambio cultural», apenas supera el nivel de la provocación previsible, desbordada de referencias personales. Se entiende: Durán Barba lo primero que vende es Durán Barba.

En un momento crítico del proyecto de Macri, cuando el cambio prometido no se tradujo en una mejora palpable en la vida de la gente, cuando las inconsistencias macroeconómicas todavía son inmensas, cuando el mundo se pregunta que significa que un año y medio después la líder opositora con más votos sea Cristina Kirchner, el gobierno deja que la voz dominante sea su consultor electoral. Una voz desafinada que proclama el cambio de «abajo para arriba», al tiempo que describe con detalle como manipula electorados.

Y pasa lo obvio: Lo urgente -que es ganar las elecciones- contamina lo estratégico. Durán Barba ideó la polarización con el kirchnerismo como atajo para tapar el malestar con una economía que no termina de arrancar y en ese proceso se llevó puesta la posibilidad de concretar un pacto de gobernabilidad, que le otorgara a Macri el músculo político para encarar las reformas que está postergando.

Durán Barba se trenzó en esa negativa, con destacados miembros de la coalición gobernante como Gabriela Michetti, Federico Pinedo, Ernesto Sanz y de la oposición más racional, como Sergio Massa, Miguel Angel Pichetto y la mayoría de los gobernadores peronistas, que entienden que las elecciones de octubre no resolverán el dilema de fondo: Macri es el presidente de un gobierno en minoría que tiene que encarar acaso las reformas más profundas desde que asumió Carlos Menem.

Esto Macri lo tiene clarísimo y sabe que cuando le piden ajustar un déficit histórico, que si no se acomoda a mediano plazo derivará en otra crisis de deuda, le están pidiendo una reforma jubilatoria. Es en el gasto previsional donde se va el grueso del presupuesto.

Igual de inaccesible es -sin un acuerdo con la oposición-, concretar una reforma impositiva y laboral que vuelva más competitiva a la Argentina.

Pero claro, si lo que vende o se cree que trae votos es la polarización, armar el escenario de una concertación a la Moncloa es anti climático, por eso Durán Barba pone tanto énfasis en rechazarla. Y lo que vemos es tan sencillo como frustrante: No es que prevalece lo electoral por sobre los intereses del país, sino que se anula la posibilidad de debatir y acordar políticas de Estado. Creer que vamos a salir adelante sin dar ese paso, es volver a engañarse. Es caer una vez mas en la idea de gobiernos providenciales que todo lo solucionan, todo lo saben y todo lo pueden.

Es tan transparente que cuesta verlo: El encargado del marketing electoral, la pura táctica, sin programa, ni ideología, es quien ofrece el panorama global de hacia donde vamos. Ni los ministros, ni los dirigentes mas importantes de la Coalición, logran el peso irrefutable de las palabras de Durán Barba, a las que Macri siempre se termina plegando.

Pero cuidado, el problema no es el consultor. El drama es la atomización fractal del poder que ensaya Macri para concentrarlo en su decisión, unida a su desprecio bastante explícito por la discusión política profunda. Es esa combinación la que hipertrofia el rol del consultor, en el que se terceriza lo estratégico, que no es otra cosa que el corazón de la política.

Lo estratégico es importante porque trasciende y ordena en una determinada dirección. Durán Barba impuso al inicio del gobierno la vía del gradualismo y ahora a mitad del mandato, la polarización. Lo que vivimos, con sus luces y sombras, es el resultado de esa definición.

La pelea es por el centro

Lejos de perder atractivo, crece la búsqueda de un espacio entre Macri y Cristina. Sólo falta la síntesis.

El lugar común en la política sostiene por estos días que la sociedad está polarizada y la primer víctima de ese proceso es Sergio Massa en términos personales y la construcción de una opción de centro en el plano de las ideas.

Lo curioso es que al mismo tiempo que se describe ese estado de cosas, las nuevas expresiones políticas que surgen, buscan abrevar en ese centro despreciado: ¿Qué otra cosa es sino la oferta desde el peronismo de Florencio Randazzo y desde el radicalismo de Martín Lousteau?

Saltan a la vista las coincidencias entre estos tres políticos y algún que otro gobernador que tantea el mismo espacio, como Juan Manuel Urtubey, Alfredo Cornejo o Sergio Uñac. Para ponerlo en trazo grueso: Todos confluyen hacia un lugar idealmente ubicado un poco a la izquierda de Macri y bastante a la derecha de Cristina y su ideólogo programático, Axel Kicillof.

Esto sugiere que el problema no es de posicionamiento sino operativo. Lo que falta es la síntesis de un nuevo liderazgo que exprese esa opción de centro moderna, que incluya, pero también ofrezca un futuro sostenible. No es un secreto que recuperar el gran país de clase media culta y con niveles de vida europeos, sigue estando en el inconsciente colectivo de los argentinos, como el mejor destino posible.

El problema de la oposición no es tanto de posicionamiento programático sino operativo, lo que falta es la síntesis de un nuevo liderazgo que exprese esa opción de centro moderna, pero que incluya, que conecta con buena parte de la sociedad.

Macri lo captó cuando en una de sus pocas definiciones ideológicas dijo que se identificaba con el desarrollismo de Arturo Frondizi. El problema es que hasta ahora su Gobierno no está logrando que esa declamación sintonice bien con lo que ofrece. Hay algo de modernidad, pero también trasunta exclusión y sobre todo, falta de rumbo.

Es decir, parece bastante claro que Macri es un avance respecto al mal final del proceso kirchnerista, que se agotó en una fuga hacia un chavismo apenas moderado, que la mayoría terminó por rechazar. Pero más allá de las promesas de una recuperación que se demora, hay inconsistencias macroeconómicas que abren enormes interrogantes sobre la viabilidad de su proyecto, como opción de desarrollo inclusivo. Tiene a favor que persiste la expectativa. Hay algo de desilusión, pero no es una catástrofe al estilo De la Rúa y le queda margen para corregir y acertar.

El kirchnerismo, por supuesto, sigue siendo una opción política intensa, pero ya no de mayoría. Una prueba de ello es que las astillas de lo que fue ese 54%, confluyen hacia el centro. O sea, encuentran mas futuro en ese lugar que en la radicalización. Eso es parte del cambio profundo que empezó a transitar la Argentina en 2015 y que desborda el nombre del sello oficial.

Es tan evidente que el centro lejos de perder valor ha crecido como opción -que no es lo mismo que hoy esté representado-, que hasta el kirchnerismo con todas sus contradicciones intenta una moderación ¿Cómo explicar sino el enorme esfuerzo que hacen para aceptar, aunque sea de manera simulada, un diálogo horizontal con dirigentes que hasta hace no mucho tiempo despachaban con una orden?

Pero como siempre en ese mundo, el problema y la solución es Cristina. Si da un paso al costado -no sólo ahora, sino mucho más importante en el 2019- contribuirá a esa mutación. Ganaría prestigio y le daría a su sector expectativa de integración en un proyecto de mayorías. No hay que ser imaginativo para visualizar que pasaría si se aferra a la idea de volver. Claro que para un líder que ganó todo, lo más difícil es entender cuando llegó el momento de retirarse. Les pasa a los boxeadores y a los presidentes, suelen dejar el ring vapuleados. Miremos a Lagos.

El medio término

La elección de este año empezó a perder densidad. Primero, no va a ser sencillo llegar a un veredicto unánime sobre quien ganó. Como en la política italiana, es posible que en la noche del domingo todos encuentren razones para proclamarse triunfadores. Eso indica que aún como estación intermedia de posicionamiento, su utilidad será acotada.

Lo que está en el aire es otra cosa, es la búsqueda de un intérprete de ese centro hoy vacante. Massa es el que se propone de manera más explícita, pero no es cuestión de quien lo dice más alto. Macrón confirmó en Francia un proceso que hoy ofrece rastros similares en la Argentina: El debilitamiento de los partidos tradicionales configura un tablero volátil en el que como nunca, se vuelve crítico acertar en el blend de oferta programática, candidato y política, para quedarse con el centro ganador.

Bien mirado, el acceso de Macri al poder fue un recuerdo del futuro de Macrón. Ganó por un pelo con una oferta de centro liberal y un partido flamante. Pero claro, en el 2019 sobre el final de su mandato, no será fácil recrear esa magia si los resultados en la economía no acompañan en parte las expectativas creadas. Y ese es el bocado que huelen los tiburones, que hoy empiezan a amontonarse en el centro de todas las cosas.

Malvinas o el naufragio del marketing

La subestimación de la política generó otro error no forzado, como el abordaje de las tarifas.

Un rastro demasiado visible une el pantano del tarifazo con el tropiezo de Malvinas: La displicencia. Es ya un rasgo constitutivo del gobierno de Macri ese cancherismo de paño frío, que subestima la política desde una pretendida “simpleza”, que en rigor parece poco mas que la coartada del amateur

Los temas complejos suelen demandar abordajes complejos que contemplen las múltiples aristas. Es incómodo, es difícil y hay que ponerle cabeza. Pero chocar contra la pared para corregir, es un poco brutal como sistema de regulación.

Los errores además nunca son episodios aislados, sino que se encadenan con otros acontecimientos en una dinámica propia, que por eso los Gobiernos tratan de evitar como la peste. El fiasco de Malvinas, por ejemplo, además de su daño intrínseco, liquidó la espuma del Mini Davos y arrasó con el costoso seminario organizado por el Financial Times para vender a la Nueva Argentina.

Exponer una charla de pasillo con un mandatario extranjero y presentarlo como el inició de una negociación, es sólo un ejemplo -mas grave- de la misma displicencia que caracteriza a la administración Macri.

Fue además una polémica innecesaria, salvo que se acepte que la agenda de la canciller Susana Malcorra supera los intereses de la administración que integra. No es un secreto la extrema cercanía de esta funcionaria con el Departamento de Estado, lo que sorprende es la docilidad de Macri frente a una subordinada que casi sin cuidado le marca el paso en política internacional. Nada menos.

Revisar sin miramientos la política hacia Malvinas –uno de los pocos puntos en los que se puede hablar de un acuerdo que trasciende los partidos- y pensar que iba a ser gratuito o peor, que iba a pasar sin mayor escándalo por el simple y repetido recurso de ningunear el tema -“no exageren”, “no sean ansiosos”-, es casi una confesión de carencias propias, más que un ejercicio de astucia.

Exponer una apresurada charla de pasillo con un mandatario extranjero y encima, presentarlo como el inicio de una negociación formal, es sólo un ejemplo más grave de la misma displicencia.

El agujero del mate

El círculo de decisión del Gobierno puede seguir creyendo que inventó el agujero del mate y a nadie le cambia la vida esa convicción. Pero hace siglos que se sabe que la política o la hacés o te la hacen. No hay grises confortables, amigables o primorosos en los que recostarse, cuando se trata de conflictos. Sobre todo en política internacional.

Malcorra actuó como la profesional que es y se apresuró a desmentir sin miramientos al Presidente, acaso en un intento por anticiparse a una desmentida destemplada del Reino Unido, que de todas maneras llegó con puntualidad inglesa. En el camino, quedó la imagen de un presidente novato. Dicho de otra manera, creer que el ensayo y error es gratis, es como pretender que Alí salió indemne de los 14 rounds ante Frazier, porque ganó.

Con la misma fe, que alarma a Emilio Monzó, el Gobierno se encamina a las cruciales elecciones de medio término. Es la convicción de que la suerte favorece a los justos, cándidamente expresada por Hernán Iglesias Illa, cuando defendió el uso de la base de datos de la Anses porque era “para hacer el bien”.

Macri es como un Menem al revés: Discurso ortodoxo, combinado con política económica nestorista que cree en atrasar el tipo de cambio y empujar el consumo como palanca de reactivación.

Macri, ingeniero y más pragmático, hace la traducción macro de esa certeza y sostiene que la recuperación económica garantizará las elecciones. Son dos enfoques complementarios de la misma subestimación de la política. O si se quiere, el superyó del PRO aportando una solución “mágica” a lo que problematiza, parafraseando al Presidente.

Pero entre tanto ensayo y error el Gobierno acaso no esté percibiendo los desacoples del relato que a los ponchazos va construyendo. Macri ensaya una experiencia novedosa. Discurso ortodoxo, combinado con política económica nestorista que cree en atrasar el tipo de cambio y empujar el consumo como palanca de reactivación. Mismo déficit, inflación similar, el único cambio, reemplaza la emisión por el endeudamiento.

Es como un Menem al revés, que combinaba estética y estilo populista con programa económico neoliberal y en las buenas épocas le permitía sumar por arriba y por abajo. El experimento de Macri acaso pueda funcionar –se verá- pero abre el riesgo de generar rechazo en ambas puntas.

Sin embargo, Macri sabe que cuenta con una ventaja. El último cristinismo fue tan malo, tan irracional, que los mercados le tendrán una “paciencia estratégica” a su administración. Por lo menos hasta ver si gana en el 2017 y ahí sí, empieza a hacer el ajuste que viene esquivando. Y si el año que viene acaso la economía rebota un 3 por ciento y la inflación profundiza su camino descendente, Macri podría encontrar ese veranito que se hace desear. Salvo, claro, que la política recaiga en su maldita costumbre de meter la cola.

Una derrota que pone en discusión el sistema de decisión de Macri

El Gobierno perdió diez meses valiosísimos. No pudo anticipar ni acotar un resultado adverso.

El fallo de la Corte Suprema pone en entredicho mucho más que el plan fiscal del Gobierno. Arroja un gran interrogante sobre la solvencia de la mesa que define las iniciativas centrales del gobierno de Macri. Hasta esta mañana en la Casa Rosada desconocían aspectos medulares del pronunciamiento del máximo tribunal.

Esta ignorancia no se debía a un estoico espíritu republicano que los constreñía a mantenerse ajenos a la decisión de otro poder, sino todo lo contrario: La multiciplicidad de interlocutores, habilitados, institucionales, voluntaristas y lanzados, que Macri dejó operar sobre la Corte.

Una desprolijidad que se puede notar en cuatro caras que son cuatro métodos de aproximación distintos, que lejos de potenciarse en una estrategia común, generaron tanto ruido en la línea que la Casa Rosada terminó perdida en el laberinto que por acción y omisión terminó edificando.

Carrió, Angelici, Sanz y Garavano son las cuatro caras más visibles de la caótica y contradictoria operación del Gobierno sobre la Corte, que lejos de confluir en una estrategia común, terminaron edificando un laberinto.

Carrió amenazó al presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, con denuncias tremendas sobre su supuesto enriquecimiento ilícito. La cara del castigo. Sanz ofreció el sutil acercamiento del amable componedor. Garavano se plantó en una posición institucional-académica digna de Suiza y Angelici ofreció el código siciliano de camaradería tóxica. Todo al mismo tiempo.

El fallo abre la puerta para una anulación total no sólo del tarifazo del gas sino de los incrementos ya ejecutados de luz y telefonía fija, al exigir audiencia pública para disponer cualquier aumento de un servicio público. Con el riesgo posible que industria y comercios hoy no exceptuados por al incremento del gas, reclamen el mismo beneficio que los residenciales, ya que se les aplicará el aumento sin las audiencias que exigió la Corte.

Es una derrota central para el programa económico de Macri que golpea en el plano fiscal, envía una mala señal a potenciales inversores y demora la normalización del área energética, como bien analizó Dante Sica.

Conocido el fallo las empresas de energía ya hablaban de la imperiosa necesidad de un salvataje del Gobierno. Las eléctricas que siguen con la tarifa suspendida advierten que en dos meses entran en quiebra y las gasíferas, como anticipó LPO, planean pedirle créditos subsidiados al Banco Nación.

Pero el lado más nocivo del fallo es que deja en evidencia la mala planificación del Gobierno de una medida que el kirchnerismo tomó, de manera mucho más acotada, en dos ocasiones -2004 y 2014-, sin que la Corte se sintiera agraviada por la ausencia de audiencias públicas ¿Qué falló esta vez?

No se midió el impacto político y social del tarifazo y una vez en conflicto, se avanzó en una estrategia de “todo o nada”, una idea que por cierto es la antítesis de la política y muy contradictoria con un Gobierno que se propone como un regreso a la “normalidad” luego del confrontacionismo de Cristina.

El radical Mario Negri, como si conociera el fallo, un día antes había reclamado a Macri que se olvidara de la Corte y resolviera el tema políticamente. La sugerencia no es superficial: El Gobierno resignó autoridad al sacarse de encima el problema; apostando a tercerizar los costos de una medida impopular. La Corte le devolvió la gentileza y aprovechó para hacer un poco de populismo y quedar bien con los afectados por el incremento.

O sea, pasaron diez meses y el Gobierno está donde empezó. Un cuarto del mandato de Macri concluye sin que esté resuelto un requisito básico de normalización de la macro, un poco por ingenuidad y otro poco por cierta displicencia, que empieza a ser un lugar común en todos los errores no forzados que la actual administración comete.

El caso López marca un cambio de época en el peronismo

Massa cree que es el principal beneficiado. El ocaso del kirchnerismo.

 Se trata de esos acontecimientos que redefinen la política. La detención de uno de los funcionarios más importantes de los doce años del kirchnerismo, revoleando bolsos repletos de dólares, al interior de un convento semi abandonado, ante la mirada escandalizada de un grupo de monjas, supera la escena más delirante de Tarantino.

“Yo robé dinero, para venir a ayudar acá, me van a meter preso”, gritaba López mientras desparramaba millones de dólares. El problema es que la escena confirma todo lo que se dijo y se sospechaba: Que el kirchnerismo saqueó el Estado, que cobraban las coimas en efectivo y que ahora no saben que hacer con ese dinero.

Como le explicó una fuente muy importante del mundo de las finanzas a este columnista, cuando se llega a una encerrona como la que viven los kirchneristas, la única solución es quemar la plata -sí, como en Breaking Bad-. Amontonarla en un desierto, rociarla de nafta y prenderla fuego. Así de sencillo. Pero claro, la codicia pudo más.

En el plano político, acaso todavía sea pronto para mesurarlo en toda su extensión, pero ya se pueden sacar algunas primeras lecturas. La escena agudiza la degradación del kirchnerismo a un punto que acaso ya no tenga retorno y abre un enorme interrogante sobre una eventual regreso de Cristina Kirchner a la esfera pública para competir en las elecciones del año próximo.

De manera simétrica le da la razón a aquellos peronistas que eligieron apartarse de la conducción de Cristina, como Pichetto, Bossio y la mayoría de los gobernadores. Es razonable entonces esperar una sangría de legisladores y dirigentes hoy identificados como kirchneristas, hacia esas cabeceras de playa.

Le da por otro lado la razón a Massa en su argumento frente a todos aquellos que le piden que regrese al peronismo. “Yo ya pagué el costo de romper ¿Porqué voy a volver a un lugar donde tengo que dar explicaciones por la corrupción y La Cámpora?”, suele responderles.

Son posicionamientos tácticos lógicos y cruzados por los primeros tanteos por las listas del año que viene y la presidencial del 2019. Pero lo que está claro es que la transición políticaque inició el gobierno de Macri al pasar de un régimen populista a una economía de mercado, tuvo su primera eclosión importante en el peronismo.

Para el Gobierno es una buena noticia porque le saca de agenda el tarifazo y los efectos mas duros del ajuste. Pero a la vez, acelera el cambio de piel en el peronismo, que acaso llegue a las elecciones del año que viene con el kirchnerismo enterrado, y eso lo vuelve un rival mucho más difícil.

Pero el cambio de época más visible se vivió esta tarde, en el Congreso. Allí, Pichetto, Massa, y un grupo de gobernadores peronistas, negociaban la aprobación de los pliegos que propuso el Gobierno para la Corte Suprema y las modificaciones a la ley de blanqueo y pago a jubilados.

Por primera vez en más de una década, las negociaciones políticas más importantes del país se cerraban sin la presencia de kirchneristas.

Macri paga el costo de una transición necesaria

La pericia de Macri para mantener el rumbo entre las negociaciones infinitas, definirá su Presidencia.

Por Ignacio Fidanza

Exceptuando al kirchnerismo que mantiene la defensa de un proyecto populista-y está en todo su derecho-, la crítica al gobierno de Macri es más metodológica que de rumbo. El Presidente inició una corrección estratégica que en el trazo grueso regresa a la Argentina a una economía de mercado similar a la que impera en la mayoría de los países de la región.

Por definición, la operación de pasar de un régimen populista a uno de libre mercado es una transición política. Y se sabe que las transiciones suelen ser implacables con sus creadores, que aún exitosos, deben esperar décadas para que se les reconozca el trabajo realizado.

Es natural. El sentido profundo de la transición es cambio, mutación, proceso de transformación que deja inconformes de uno y otro lado. Unos porque pierden lo que tenían, otros porque lo nuevo no termina de llegar, con la urgencia de sus deseos. Navegar atemperando la revancha y amansando a los derrotados, no es tarea sencilla.

Pasar de un régimen populista a una economía de mercado no es una tarea sencilla. Las transiciones, que dejan inconformes de uno y otro lado, suelen devorarse a sus pilotos.

Por eso, mientras los seguidores de Cristina denuncian un ajuste impiadoso, desde la tribuna neoliberal miran los números del déficit y acusan al Gobierno de practicar un kirchnerismo de buenos modales. Paradoja clásica de toda transición. Adolfo Suárez, lamentablemente, no está vivo para consolarlo.

La buena noticia es que Macri parece dispuesto a pagar el precio. No es poco.

Como sea, el proceso histórico en el que está embarcado lo excede y eso es lo interesante. Si se mira hacia delante, las opciones que empiezan a bosquejarse: Sergio Massa, Florencio Randazzo, Juan Manuel Urtubey, María Eugenia Vidal, son variantes de su orientación programática, en todo caso con la promesa implícita de mayor eficacia en la gestión política y tal vez una sensibilidad social más aceitada. Habrá que ver. Pero es indudable –si se miran las encuestas-, que el regreso al populismo es una salida sólo para un porción minoritaria de los argentinos.

Tal vez esa sea la razón que explique porqué Macri dejó de caer en las encuestas, porque en el medio del tarifazo, el pico inflacionario y la caída de la actividad, la mayoría de la población mantiene una paciencia budista, que parece exceder incluso la tontería apresurada de prometer un repunte en el segundo semestre. Tontería que Gabriela Michetti se apuró a corregir, con más visión política que aquellos que se burlan de su “sincericidio”. Siempre es mejor anticipar las malas noticias que esperar la decepción.

Y ese es otro dato alentador. Los argentinos, por una vez, parecemos dispuestos a transitar el camino a la madurez. No hay recetas mágicas. Bienvenidos al mundo. Las inversiones hay que pelearlas. Generar trabajo digno es difícil y pasar de una economía sojadependiente a un modelo de desarrollo diversificado puede llevar décadas. Pero veamos la trayectoria.

El chavismo que no fue

Cristina trazó una línea que apuntaba al firmamento chavista. Forzó así a un extremo, a un peronismo que siempre fue más parecido al PRI mexicano que al socialismo cubano. Y como era lógico, ese esfuerzo ideológico terminó ralentizando el proceso que imaginaba la ex presidenta.

Hoy, la Venezuela de Nicolás Maduro logró el milagro de convertir en sensatos al régimen de los Castro. Así de mal está ese experimento, prometido como el paraíso recuperado.

Unos miles de kilómetros más al sur, el peronismo retoma –con contradicciones- la corrección programática que ensayó Néstor Kirchner, luego de la eclosión del neoliberalismo de Carlos Menem. En esa franja se mueven Massa, De la Sota, Urtubey, Gioja y Bossio, por citar algunos.

Es un remix de aquel peronismo renovador de Cafiero que supo combinar ideas modernizantes con justicia social. Un regreso a las fuentes que seguramente agrada al paladar de Carlos Grosso, no casualmente uno de los primeros en advertir sobre los desplazados del modelo menemista; hoy integrante muy escuchado de la mesa chica del Presidente.

Es ese viejo sueño incumplido de convertir al peronismo en un PSOE a la Felipe González, que hoy enfrenta la disincronía de vivir en un mundo que acumuló decepciones. Sin embargo, esa sensibilidad que se abre paso en las aguas subterráneas del partido mayoritario de la Argentina, ofrece a Macri la oportunidad de darle a su Presidencia un rol histórico ingrato pero valiosísimo: Ser el Gobierno que regresó a la Argentina a la senda de la normalidad. Aquel que pagó su libra de carne, para que tal vez otro disfrute de la cena.

Claro que las acechanzas son tremendas y la falta de política es evidente y fue advertida. Por eso, por ejemplo, Macri puede perder las elecciones del año próximo. Porque incide lo estructural y lo operativo. Pero algunas derrotas bien orientadas valen más que victorias oportunistas. O dicho de otra manera, nadie dijo que la redefinición de un Estado sobredimensionado y agotado, iba a ser agradable.

El otro riesgo, mucho más serio, es quedarse a medio camino de todo y no resolver nada de lo importante. Es el riesgo ineludible de las transiciones y lo que en definitiva juzgará la presidencia de Macri: Su pericia para, entre negociaciones infinitas, ir llevando el pulso de la línea trazada.

Macri, llegó la hora de cambiar

La impresionante movilización sindical confirma que terminó la luna de miel. Crisis interna y necesidad de cambio.

El presidente Macri suele proclamar que a diferencia de otros líderes que llegaron al poder y se sintieron infalibles, él es un hombre dispuesto a cambiar si comprueba que está equivocado. Bueno, está frente a una oportunidad dorada para confirmar esa predisposición.

La respuesta política del Gobierno al desafío sindical fue, siendo generoso, un desastre. Los jefes de las cinco centrales sindicales hicieron dos reuniones -no una sino dos- en el Congreso anunciando su molestia. Es decir, dieron vuelta el reloj de arena y se sentaron a esperar un llamado que nunca llegó. Lo que se vio hoy fue la respuesta a ese destrato.

Ser Gobierno permite disfrutar de casi todos los lujos, menos de la distracción.

La administración de Macri ya había expuesto un problema serio de comunicación, ahora dejó en evidencia su déficit político. Pero bien mirado son dos reflejos del mismo rasgo: La pulsión por ningunear lo que no se controla, no se conoce y molesta entender. O sea, lo contrario del diálogo declamado. Porque hablar con los que piensan como uno puede ser cómodo, pero está muy lejos de una auténtica conversación política.

Ninguneo, cancherismo, chicaneo, rastros de una conducta defensiva que no está siendo funcional al inmenso desafío de ordenar la economía y volver crecer.

Ninguneo, cancherismo, chicaneo, rastros de una conducta defensiva que no está siendo funcional al enorme desafío que representa ordenar la macroeconomía y volver a poner al país en un proceso de crecimiento.

Con un poquito menos de soberbia se podría percibir que encarar un proceso de ajuste siendo minoría, exige la colaboración de los sindicatos y el peronismo. Sin ellos, aunque sea como socios silenciosos, es imposible. Los dos tercios que obtuvo el proyecto antidespidos en el Senado, son la prueba más fehaciente.

Macri tiene que expandir su base de sustentación política, compartir poder y consensuar decisiones. No porque es bueno o deseable, sino porque no tiene alternativa. Senado, sindicatos y gobernadores son mayoritariamente peronistas, y el fastidio no va a cambiar esa realidad. Se trata de un entramado que Facebook no puede solucionar, por más millones que se depositen en sus cuentas panameñas –y no es una chicana, apenas un dato-.

Lo notable es que todos esos actores se pasan los días enviándole señales de acuerdo al Presidente. Hoy mismo en el acto, los líderes sindicales se cuidaron de aclarar que no era una movilización contra el Gobierno y que sólo pedían ser “escuchados”. Antes, el propio Pichetto se cansó de pasarse meses con su “Pacto del Bicentenario” bajo el brazo.

Es interesante ese caso para ver todo lo que no funciona en el Gobierno. Gabriela Michetti le explicó a Macri que la idea de negociar ley por ley se estaba volviendo insostenible porque alimentaba una voracidad insaciable. En esta columna se anticipó sobre el riesgo al saqueo vikingo que encerraba esa lógica. La vicepresidenta la propuso entonces a su jefe político, aprovechar la propuesta de Pichetto para institucionalizar un acuerdo político amplio, con una serie de leyes a sancionar y de paso meter en ese paquete los dos jueces de la Corte.

La propuesta interesó a Macri, pero se estrelló contra la pared del jefe de Gabinete, Marcos Peña, preocupado por “la foto” de un toma y daca con los senadores peronistas. No es que parece una contradicción, son contradicciones. Y eso es lo que está estallando. Como en muchos temas sensibles –medios, justicia, sindicatos, oposición- Macri no tiene definiciones de fondo y suele perderse en lo táctico inmediato, que como es lógico con lo táctico, se contradice.

Estamos entonces ante la primer crisis política seria del gobierno de Macri, que lejos de arreglarse con amenazas de veto, podría empezar a despejarse –y muy rápido-, si se entiende que el agujero del mate ya fue descubierto y las genialidades de campaña sirven hasta que se gana la elección. Después, se trata de gobernar, que es algo distinto.

Mani Pulite: Macri danza con el Diablo

El presidente ingresa en un proceso de consecuencias impredecibles, en medio de un ajuste económico

No tiene importancia asignar porcentajes a los factores que detonaron el incipiente proceso de Mani Pulite que vive la Argentina. ¿Fue una maniobra alentada por la Presidencia para tapar el caso de los Panamá Papers? ¿La sobreactuación en defensa propia de jueces corruptos, que durante años pisaron las causas que ahora aceleran? ¿Una respuesta al prístino republicanismo que se apoderó de Macri y el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti?

Son todas preguntas menos interesantes que indagar sobre la evolución posible del proceso iniciado. La Argentina de Macri está ingresando en el nudo más complejo – e irresuelto- de la teoría política: ¿Cómo construir un sistema de justicia independiente del poder, que en el camino no derribe la estantería?

Es un debate que tiene además el atractivo de plantear preguntas muy incorrectas para almas simples y bienintencionadas: Los malos, los que roban, los que abusan, tienen que ir presos y sólo con eso ya tenemos un mundo mejor. El problema es que el Diablo está en los detalles: ¿Qué es robar? ¿Un sobreprecio en la obra pública?: Por supuesto. ¿Un sofisticado derivado financiero que metió a la economía global en una de las crisis más graves de la historia, destruyendo el futuro de millones de vidas? No está claro.

Macri está ingresando en el nudo más complejo – e irresuelto- de la teoría política: ¿Cómo construir un sistema de justicia independiente del poder, que en el camino no derribe la estantería?

La revista The Economist, una publicación que simboliza los ideales republicanos y libremercadistas de Occidente, acaba de plantearse en su última edición algunos de estos interrogantes. Tomando el caso de Brasil, advierte que la caída de Dilma puede envenenar la política brasileña durante años, así como llevado a sus extremos, el proceso abierto por el juez Sergio Moro requiere no sólo el procesamiento de Dilma y su vice, sino de prácticamente todo el Congreso. La pregunta es obvia: ¿En donde se apoya entonces el sistema para superar la crisis? Una nueva elección. Perfecto, pero la historia reciente advierte que los vacíos de poder, el hastío generalizado, son el escenario propicio para que surjan los Berlusconi, los Trump, los Kirchner, los Chávez, que se quedan con todo. ¿O ya nos olvidamos que Kirchner y Chávez fueron la aclamada renovación que surgió tras la implosión de los sistemas políticos de Venezuela y Argentina?

Leones con piel de oveja a los que habrá que aplicar un nuevo Mani Pulite y así la historia se vuelve circular.

Mal momento para improvisar

Macri debería repasar con muchísima atención la experiencia de Fernando de la Rúa. La amnesia es un deporte nacional, pero no le está permitido al Presidente.

Lo único que no puede hacer el Presidente ante una situación tan delicada como la que se despliega en estos momentos, es dejarse arrastrar por los acontecimientos. Las frases hechas sobre la independencia judicial –que es bueno recordar se trata de un ideal extremo que la política, por suerte, viene problematizando hace siglos para evitar la tiranía de los jueces-, son buenas para decir a los columnistas de los domingos, pero no sirven como programa para un Gobierno que deberá lidiar con las consecuencias reales del proceso.

Es por eso que el gobierno de Macri dice una cosa, pero mantiene en operaciones a Daniel Angelici. El problema no es Angelici, el problema son las contradicciones. Por eso miremos De la Rúa, no como comparación sino como aprendizaje.

Macri debería repasar con muchísima atención la experiencia de De la Rúa. Hoy como entonces, aparece un ala que impone al gobierno la agenda de la lucha contra la corrupción como eje, cuando el Presidente está abocado a resolver el descalabro macroeconómico.

Ahora como entonces, tenemos un ala de la coalición del oficialismo que viene con una agenda de lucha contra la corrupción como eje central, una idea ajena a Macri, que está centrado en el reordenamiento económico y que la Argentina vuelva a crecer, un anhelo mayoritario por otro lado. Ahí está Brasil para recordarnos que las crisis políticas no son neutras: El año pasado su economía tuvo una histórica contracción del 4 por ciento que podría repetirse este año.

Como sea, el honestismo como idea política es la posición que visibiliza Lilita Carrió, pero que la excede y que incluye a factores de poder real –esos que se fortalecen con un sistema político débil- y tal vez algún interés geoestratégico. ¿Está equivocada entonces Carrió? No. La corrupción es una lacra muy extendida en la Argentina, que ha lastrado buena parte de los procesos mejor encaminados de nuestra historia. No hay respuestas fáciles para la situación actual.

Por eso, Macri puede hacer casi todo menos una cosa: No tener una idea clara sobre como se entra y como se sale de este proceso. Hoy lo que se ve, como entonces, son contradicciones. Entre un ala que agita el Mani Pulite y otra que busca atemperarlo. Pero sin coordinación. Esto envía mensajes confusos a la política, que puede ingresar en un peligroso círculo de paranoia y vale todo.

Estamos en la puerta de una situación estilo tiroteo en la cantina, donde todos les tiran a todos y al final sólo se salva el cantinero. ¿Quién será el próximo cantinero?

El tema da para mucho más que una columna y se podría analizar porqué, por ejemplo, las mismas potencias que nos alientan a ser implacables con la corrupción, protegen a sus ex presidentes hasta con indultos, como ocurrió en el caso de Nixon.

Macri tiene hoy un margen de maniobra macroeconómica más holgado que De la Rúa. Pero tampoco le sobra mucho. La opción que plantean algunos destacados analistas es pertinente pero no es en rigor una opción: ¿Cuánto conflicto puede tolerar la sociedad para terminar con la impunidad? ¿Impunidad o despelote?, se pregunta Marcos Novaro en La Nación.

Visto desde la Presidencia la respuesta es obvia: El único lujo que no puede permitirse un Gobierno es el caos. De hecho atenta contra su propia denominación. Pero el mérito de Novaro es que su pregunta lleva a otra más pertinente: ¿Cómo se reduce la corrupción en países tan corruptos como la Argentina, donde permea todos los estamentos, sin llevarse puesto el sistema?

Esa es una buena pregunta para Macri.

 

Carrió y Panama Papers, mala respuesta para una crisis previsible

El Gobierno no logra articular una estrategia política y mediática para recuperar la iniciativa.

Se trata de una de las crisis más anunciadas y aún así el Gobierno no logra articular una respuesta consistente. Mauricio Macri tuvo una oportunidad soñada por otros presidentes, que se enteraban de sus escándalos cuando llegaban a la home de los sitios de internet o con el diario de la mañana.

Los periodistas argentinos que accedieron a los Panama Papers se comunicaron con la Casa Rosada a principios de Marzo para pedirles su descargo sobre la cuenta offshore del Presidente. Macri y su equipo más cercano tuvieron así tres semanas para elaborar una respuesta política, mediática y judicial. Una ventana enorme para evitar las penosas marchas y contramarchas que se ven por estas horas.

¿Qué hubiera sido lo razonable? Si los papeles están bien, como dicen, lo mas simple –que suele ser lo mejor en las crisis- era: Conferencia de prensa del Presidente y dossier de acceso público con toda la documentación, apenas se publicara la noticia. Para que la pelea se reduzca a un round. Nada de combates interminables. O acaso, se podría asimilar la situación a una corrida contra el dólar. De nada sirve vender reservas por goteo y perder cada día la pulseada.

¿Qué hubiera sido lo razonable? Si los papeles están bien, como dicen, lo más simple era: Conferencia de prensa del Presidente y dossier de acceso público con toda la documentación de la offshore.

¿Qué se hizo? Todo lo contrario. Se buscó “proteger” al Presidente detrás de un minúsculo comunicado de un párrafo. Cuando se sabe que en estas crisis, ningunear el impacto, esperar a que pase, cambiar de tema, son respuestas amateurs, estériles para enfrentar un escándalo de nivel global. De paso, por estas horas en importantísimos medios de Estados Unidos y otros países en los que se busca conseguir inversiones, las referencias a Macri son demoledoras. Afuera la crisis no se detuvo, sino que escaló.

La respuesta inicial fue entonces insuficiente. Pero siguieron los errores. Al segundo día y con la crisis que no bajaba, hubo que jugar al Presidente. Macri le dio una breve entrevista a un medio del interior, enajenando a los periodistas que investigaron el tema y al resto de los medios en general. Como si nadie se diera cuenta lo que estaban haciendo.

Y como eso tampoco fue suficiente, vino la conferencia de prensa del Jefe de Gabinete y hoy finalmente Macri tuvo que dar la cara ante toda la prensa, pero lo hizo de una manera muy desordenada. Acaso buscando disfrazar lo que era: Una necesaria explicación. Mezcló su descargo y con un anuncio de Gobierno –paradójicamente la ley de acceso a la información-, con una suerte de spot publicitario donde se dirigió directamente a “vos”. Y se retiró sin permitir preguntas. De nuevo, como si hubiera algo que ocultar. Qué fue lo que vieron los ciudadanos: Un anuncio? Una explicación? Un spot de campaña?

Un coctel Molotov

El mismo desmanejo se vio en el inexplicable rol que la administración de Macri le otorgó a Lilita Carrió. Con más temor que cabeza, la erigieron en el lugar de fiscal ética no ya del Gobierno sino del propio Presidente. La locura de entregarle los papeles de la offshore que se le negaban a la prensa y a la gente en general, fue el punto álgido de una situación que bien mirada es preocupante: Importan mas los personajes que las instituciones. Lilita mide y es creíble en términos de lucha contra la corrupción, entonces primero esperamos su veredicto y luego vemos temas menores como la justicia y los organismos del Estado. Hoy el fiscal Delgado le explicó al Gobierno que lo que Lilita no da, Comodoro Py no presta.

No es sensato enojarse con Lilita por ser Lilita. En todo caso se puede tomar la decisión de no someterse a su madrinazgo ético. De asumir el rol de líder del Gobierno y la coalición Cambiemos. Hoy es Angelici, Grindetti, la offshore; mañana serán otros los “límites” que marque. Porque así es como funciona Lilita.

Con un agravante, que ya empieza a ser marca de este Gobierno, la falta de sensibilidad política. Apenas enterado de lo que venía, Macri debió convocar a sus principales socios políticos, aquellos que también pusieron el cuerpo para que llegue a la Presidencia, para ponerlos al tanto y trabajar un discurso común. No uno que muta en tiempo real, con voces disonantes, que amplifican la previsible y adictiva fascinación que causa ver una crisis política de envergadura desplegarse.

Recién ahora, tarde y corriendo de atrás, Macri anuncia que enviará los papeles a la Oficina Anticorrupción, que pedirá a la justicia civil una declaración de certeza sobre su comportamiento en este punto y que constituirá un fideicomiso ciego que administre sus bienes. Tuvieron tres semanas de ventaja para pensar todo eso y anunciarlo el mismo día que se publicó la noticia.

Pero sigue faltando lo esencial: Que el Presidente se someta a una rueda de prensa, como anunció que sería la norma si llegaba a Presidente.

Periodismo y pauta oficial

LPO recibió un violento ataque por su primicia sobre el helicóptero de Dietrich. La discusión de fondo.

El ataque, como siempre, fue anónimo y su narrativa previsible: Se cuestionaba al Gobierno porque se pretendía conseguir pauta oficial.

“Por decisión del Presidente Macri, se termina la guerra del Estado contra el periodismo, para el Estado, no hay medios enemigos ni medios amigos”, afirmó el jefe de Gabinete, Marcos Peña, al anunciar al inicio del actual Gobierno, el decreto de creación de la Enacom, que descabezó la ley de medios y desactivó la obligación de desinvertir de los grupos Clarín, Telefónica y Vila-Manzano, entre otros.

“El periodismo debe ser siempre independiente y crítico del poder. Esa es su tarea y ese es el sentido que tiene dentro de la democracia”, agregó el jefe de Gabinete, en un discurso que es para atesorar, porque plantea una vara muy alta de convicción republicana.

Lo grave es que tras la primicia de Dietrich, se pasó al ataque directo y personal al periodista, igual que durante el kirchnerismo. Se suponía que al menos eso iba a cambiar.
En plena luna de miel con el electorado, propia de todo inicio de gestión, cuando los medios tienen la pulsión –equivocada- de acompañar el sentir mayoritario destacando lo bueno e ignorando lo malo, ese tipo de pensamientos son fáciles de formular. Pero la verdadera fibra republicana se mide cuando se está bajo la lluvia ácida del periodismo, cuando el Gobierno enfrenta problemas de gestión y casos de corrupción.

La respuesta que vivió esta semana LPO no es alentadora y confirma que el poder tiene una tendencia autoritaria innata, que sólo con instituciones fuertes se puede moderar.

Publicada la primicia de Dietrich, se descargó en Twitter un ataque anónimo feroz contra quien escribe, amparado en usuarios falsos que usan el prestigio de colegas como Magdalena Ruiz Guiñazú, Jorge Lanata, Eduardo Van der Kooy, Jorge Asis y Carlos Pagni. El ataque estuvo coordinado por uno de los colaboradores de Dietrich, que tiene el extraño mote de “influenciador” en las redes sociales.

Lo grave es que como en el kirchnerismo, se pasó de usar un recurso –cuestionable- para manipular climas de opinión en las redes, al ataque directo y personal al periodista. Se suponía que al menos eso iba a cambiar.

LPO sufrió durante los doce años del kirchnerismo escraches anónimos, hackeos, difamaciones y por supuesto una persecución económica total, con el declarado objetivo de Máximo Kirchner de quebrar este medio. Se le cortó toda publicidad oficial y se presionó a los anunciantes privados para que retiraran sus auspicios.

Este medio fue crítico del kirchnerismo desde sus inicios –incluso, cuando Alberto Fernández guionaba algunos editoriales dominicales y Néstor Kirchner sólo recibía buenas noticias-. Ya en ese momento, se alertó sobre la raíz autoritaria de su visión de la prensa, pero tuvieron que pasar años y la pelea contra el campo para que la complacencia de algunos medios empezara a dejar lugar al periodismo real.

Una guerra que no terminó

Cuando LPO empezó a hacer con el nuevo gobierno de Macri lo mismo que hacía antes, periodismo crítico sobre el poder, se nos acusó de “operar” y de ser “golpistas”. Las mismas acusaciones que recibíamos apenas cinco meses atrás. La verdad es que este medio no hizo nada distinto de lo que venía haciendo y lo único que cambió fue el Gobierno.

Pero se entiende la reacción, acaso algunos creyeron que por criticar acciones del gobierno de Cristina Kirchner se había tomado partido en la “guerra de medios”, que Peña dio por claurada.

El problema, como es obvio, excede a este medio y al periodismo en general y tiene que ver con una división que existe en la sociedad y que hasta ahora el Gobierno –más allá de lo que declama- ha hecho muy poco por atenuar.

Los medios viven de los anunciantes, que a la hora de definir su inversión miran las audiencias. El gobierno de Macri anunció al asumir que se terminarían las groseras discriminaciones del kirchnerismo y se repartiría la pauta oficial según criterios “objetivos” de volumen y target de audiencia.

Una noble idea que a LPO le resultaría muy beneficiosa, porque es un medio líder en información política y tiene un público robusto y auditado por ComsCore, la empresa que el mercado homologó para auditar tráfico en internet. Seria una manera sensata de terminar con años de injusticias y discriminación.

Sin embargo, hasta ahora nada de eso ocurrió. El Gobierno ya lanzó dos campañas –una de prevención del Dengue y otra fomentando el turismo de Semana Santa-, que fueron pautadas con la misma opacidad del kirchnerismo. No se publicaron en internet, como también se había prometido, los montos distribuidos ni a que medios.

Hasta ahora la pauta oficial se viene manejando con la misma opacidad del kirchnerismo, en las dos campañas lanzadas se distribuyeron los fondos de manera discrecional y no se cumplió tampoco la promesa de publicar el gasto en internet.
El ministro de Modernización, Andrés Ibarra, lanzó junto a Marcos Peña un portal de “Gobierno Abierto”, donde prometen publicar toda la información oficial. Una iniciativa loable, pero hasta ahora el detalle de la pauta repartida, no aparece ahí ni en ningún otro lugar.

Durante el kirchnerismo, medios como Perfil o Infobae demandaron al Gobierno por haber sido discriminados en el reparto de la publicidad. LPO no lo hizo por un pudor mal entendido, pese a haber sido incluso más perjudicado, como puede verse en un excelente trabajo de José Crettaz para La Nación que consigna el reparto de esos fondos; o incluso en el disclosure que hizo la ex directora de comunicación de YPF, Doris Capurro, de los 700 millones de publicidad que distribuyó sólo en el 2015 (ver documento adjunto).

LPO no aparece en ninguno de esos listados por la sencilla razón que no tenía pauta del gobierno nacional. Paradójico aunque previsible, en estos días se nos acusó de kirchneristas, ante la publicación de noticias críticas sobre los primeros pasos del Gobierno.

Para el trabajo de auditoría de la pauta kirchnerista Crettaz tuvo el auxilio de dos importantes organizaciones como Poder Ciudadano -su ex presidenta es la diputada macrista Laura Alonso- y la Fundación LED, de la ex diputada Silvana Giudici, que actualmente ocupa un cargo en el Enacom. Se supone que con el cambio de Gobierno no abandonarán su celo investigativo y reclamarán que ahora la pauta se reparta con mayor equilibrio.

El ajuste

El Gobierno de Macri tuvo hasta ahora con los medios chicos y medianos una dureza que no demostró con sectores más poderosos. Marcos Peña, que es el verdadero ejecutor de la política de medios, decidió cortar toda la pauta oficial bajo el razonable criterio de revisar el desastre que hizo el kirchnerismo.

El jefe de Gabinete denunció que recibió una deuda de más de 800 millones de pesos y anunció que bajaría el presupuesto global a la mitad. Lo curioso es que la actual gestión se abocó a pagar esa deuda –que corresponde centralmente a los medios paraestatales construidos por Cristina-, mientras que aquellos que fueron discriminados durante la década pasada sigueron discriminados.

Los medios se vieron sometidos así, acaso el ajuste más drástico que haya implementado el gobierno actual a un sector, porque redujo el flujo de recursos a cero. Lo hizo mientras lanzaba salvatajes a grandes empresas como La Serenísima y Sancor comprando sus excedentes de leche; o a las grandes bodegas comprándoles vino; o mucho más oneroso aún, manteniendo subsidiado el precio del barril, para beneficio de un puñado de ricas petroleras.

Lo mismo se puede decir del pago a los fondos buitres liderados por Paul Singer, que se alzararán con 160 mil millones de pesos, cristalizando una ganancia de más del 1.500 por ciento; o la eliminación total de retenciones a mineras y buena parte de los productos del campo, al que además se le destinaron de manera directa millones de pesos para su muestra Expoagro.

No se trata aquí de defender medios inviables, sin audiencia y como le gusta decir al Presidente “pautadependientes”. Pero acaso como dijo un importante funcionario, el error fue que “el Gobierno los convirtió a todos en Szpolski”.

Los medios representar el sector que recibió el ajuste más drástico, porque los recursos que le destina el Estado se redujeron a cero, mientras petroleras, eléctricas, mineras, lácteas, bodegueros y productores agropecuarios, recibieron millonarios beneficios.
La pregunta en todo caso es: ¿Porqué, por ejemplo, hay que subsidiar a sectores poderosos como las petroleras –incluso a costa de agravar la inflación por el precio artificialmente alto de las naftas- y castigar a los medios? ¿Es que acaso un trabajador petrolero despedido vale más que un trabajador de prensa?

No es un secreto que cientos, acaso miles, de periodistas han perdido su empleo en los últimos dos meses. ¿Hay un revanchismo oculto en este peculiar desequilibrio del ajuste?

Y no son sólo los medios kirchneristas los que están en aprietos. Diarios, radios y canales del interior, productoras pequeñas y medianas, portales de información, todos sufren la decisión del Gobierno de “secar la plaza”. Repito, no es el caso de LPO porque este medio no se construyó con el auxilio de la pauta oficial, sino a pesar de esa carencia. Pero esa realidad, lejos de impugnar nuestro razonamiento, lo fortalece.

Porque de lo que aquí se está hablando es de inequidad y de la voluntad o no de reparar esa situación. En estos meses, mientras se “secaba la plaza”, hubo actores poderosos que recibieron beneficios directos, importantes y discrecionales. El fútbol para Clarín, Telefé y América, por ejemplo. Que además lograron desmontar regulaciones adversas y avanzar sobre posiciones de poder real.

Las razones de esta decisión de ser blando con los poderosos y duro con los más chicos, se desconocen. Sin embargo, sería deseable que Macri corrija un rumbo que seguramente no coincide con su visión de lo que debe ser la Argentina.